Patagones: bonita como un beso de novia, en un día de lluvia
Por Ailén García y Lorena Suárez
La localidad de Carmen de Patagones ha trascendido la esfera local para convertirse en un referente nacional por su pasado histórico de suma relevancia.
Durante la temporada turística esta ciudad es visitada por curiosos turistas, tanto argentinos como extranjeros, atraídos por su patrimonio histórico de considerable riqueza, principalmente en el aspecto arquitectónico, centrado fundamentalmente en su casco poblacional histórico, que constituye el testimonio ancestral de su cultura, cuyo proceso de valorización, protección y conservación por parte del pueblo maragato, lleva ya varias décadas.
Las historias reales de los pobladores de antaño, están acompañadas de tintes de leyendas. Historias de amor y de guerra, de luchas inquebrantables contra la soledad y el olvido, historias de héroes anónimos, guerreros solitarios y personajes entrañables que desde su pasado y su recuerdo son forjadores de identidad patagónica.
El rancho Rial, una de las casas más viejas de la ciudad, construida íntegramente de barro incluso sus tejas, tiene el doble atractivo de poseer en el fondo aún hoy una cueva, que supo ser morada de los primeros colonizadores. Hoy esta casa, construida en el 1800, funciona como “Espacio de identidad local”, coordinado por el área de patrimonio histórico y se construye como un lugar para el desarrollo de actividades vinculadas a la reafirmación del identitario de esta comunidad.
El pasaje San José, es conocido por los pobladores como las escalinatas, y guarda en sus entrañas silenciosas historias de amor y desencuentro. La puesta en valor hace del Pasaje San José de Mayo no sólo un espacio de tránsito, sino un lugar para el encuentro y desarrollo de actividades culturales, con su posible uso como anfiteatro.
Las callecitas enmarañadas del casco histórico que se entrecruzan y llevan al majestuoso Currú Leuvú, proponen un viaje en el tiempo como si uno deambulase por el París de fábula del mítico Rayuela de Cortázar.
Los cañones aún apuntan al río rememorando épocas de antiguas gestas, pocas veces reconocidas por la historia grande, o por quienes la escribieron o aún la rescriben.
Sobre el río, a metros del muelle de lanchas, está el solar donde nació Luis Piedrabuena, el titán de los mares y más allá, la mítica calle Roca, morada de masones y religiosos, de burdeles y boliches de oscura reputación, que tan bien describió Roberto Arlt en sus crónicas para el diario El Mundo.
De esta y muchas maneras más puede describirse a Patagones, pero en cualquier descripción que intente autenticidad no podrá obviarse la magia de su historia y sus silencios, condimentos que la hacen única y, citando nuevamente a Arlt: “Bonita como un beso de novia, en un día de lluvia”.
Durante la temporada turística esta ciudad es visitada por curiosos turistas, tanto argentinos como extranjeros, atraídos por su patrimonio histórico de considerable riqueza, principalmente en el aspecto arquitectónico, centrado fundamentalmente en su casco poblacional histórico, que constituye el testimonio ancestral de su cultura, cuyo proceso de valorización, protección y conservación por parte del pueblo maragato, lleva ya varias décadas.
Las historias reales de los pobladores de antaño, están acompañadas de tintes de leyendas. Historias de amor y de guerra, de luchas inquebrantables contra la soledad y el olvido, historias de héroes anónimos, guerreros solitarios y personajes entrañables que desde su pasado y su recuerdo son forjadores de identidad patagónica.
El rancho Rial, una de las casas más viejas de la ciudad, construida íntegramente de barro incluso sus tejas, tiene el doble atractivo de poseer en el fondo aún hoy una cueva, que supo ser morada de los primeros colonizadores. Hoy esta casa, construida en el 1800, funciona como “Espacio de identidad local”, coordinado por el área de patrimonio histórico y se construye como un lugar para el desarrollo de actividades vinculadas a la reafirmación del identitario de esta comunidad.
El pasaje San José, es conocido por los pobladores como las escalinatas, y guarda en sus entrañas silenciosas historias de amor y desencuentro. La puesta en valor hace del Pasaje San José de Mayo no sólo un espacio de tránsito, sino un lugar para el encuentro y desarrollo de actividades culturales, con su posible uso como anfiteatro.
Las callecitas enmarañadas del casco histórico que se entrecruzan y llevan al majestuoso Currú Leuvú, proponen un viaje en el tiempo como si uno deambulase por el París de fábula del mítico Rayuela de Cortázar.
Los cañones aún apuntan al río rememorando épocas de antiguas gestas, pocas veces reconocidas por la historia grande, o por quienes la escribieron o aún la rescriben.
Sobre el río, a metros del muelle de lanchas, está el solar donde nació Luis Piedrabuena, el titán de los mares y más allá, la mítica calle Roca, morada de masones y religiosos, de burdeles y boliches de oscura reputación, que tan bien describió Roberto Arlt en sus crónicas para el diario El Mundo.
De esta y muchas maneras más puede describirse a Patagones, pero en cualquier descripción que intente autenticidad no podrá obviarse la magia de su historia y sus silencios, condimentos que la hacen única y, citando nuevamente a Arlt: “Bonita como un beso de novia, en un día de lluvia”.