Madres ayer, abuelas hoy.
Por Alejandro Azaroff.
El llanto al nacer, los quejidos por que tienen hambre, las primeras muecas que denotan una posible sonrisa, sus primeros pasos, su primer diente, su primer balbuceo que luego será una palabra, la desesperación cuando lloran y no se sabe por qué. Todo esto que encierra la llegada de un bebe, ellas no lo pudieron sentir. El primer año de vida, el bautismo, el primer día de escuela, la comunión y todo lo que ellas supieron hacer con sus hijos, no pudieron hacerlo con sus nietos.
Sentir la experiencia de ser abuelas por primera vez. No se lo permitieron, les quitaron esa posibilidad que la naturaleza les brinda a las mujeres para poder sentir la experiencia de la vida, si, de la vida que sus hijos trajeron al mundo y ellas no pudieron disfrutar.
Primero les arrancaron de sus vidas a sus hijos y no supieron si volverían a verlos por mucho tiempo. Comenzaron una interminable pelea hace más de 30 años y hoy día siguen dando batalla, siguen peleando con la misma determinación que al principio. Primero por sus hijos y ahora por sus nietos.
Las abuelas son el reflejo nefasto de una parte de la historia de la Argentina que muchos quieren olvidar, son ese recuerdo constante que año a año nos demuestra que hay muchas razones para seguir adelante, razones que se sienten pero no se conocen, como los 88 nietos que ya encontraron y recuperaron muchas de ellas y los muchos otros que quedan por encontrar. Por eso andan, caminan el país recorren cada sector en donde pueda haber una persona que dude de su identidad, que crea que es parte de esa historia cruel, pero real.
Aquellas madres que comenzaron a pedir por sus hijos en plaza de mayo cuando un gobierno de facto, los secuestró, los torturó y asesinó, hoy siguen en esa lucha interminable por la identidad de sus nietos, esos nietos que hoy tienen entre 30 y 32 años y que muchas de ellas no conocen.
Las abuelas de plaza de mayo, así las llama un país que las vio desde el primer día que salieron a las calles, cuando eran las madres de plaza de mayo y cuando pedían desesperadas por sus hijos que nunca aparecieron y que aun desde esa ausencia infinita les supieron regalar el fruto de continuar con la vida, el fruto que llevaría a las mujeres a pelear hasta nuestros días sin bajar la guardia y sin perder las esperanzas de encontrarse con los hijos de sus hijos.
Esta es la historia que les tocó vivir, ellas no la eligieron pero su tuvieron que representarla y lo hacen con dolor, pero también con la esperanza de encontrar esa semilla que sus hijos supieron plantar. De encontrar a esos nietos que le permitan sentirse completas, que le permitan recordar a sus hijos a través de parecidos físicos o características personales que llevaran para siempre, porque son sus nietos, son sangre de su sangre y eso no hay nadie que se lo pueda robar.
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